lunes, 18 de agosto de 2008

La máscara

Bueno niños, vamos a ver si vamos resurgiendo y el jefazo me ha dado permiso para subir una de las cosas que ha interpretado una servidora y que ha salido de su cabecita.

Os dejo con La Máscara.

¡Humanidad, te desafío! Ofrezco mi pecho desnudo al mundo para que me dispare quien se crea con derecho a hacerlo. ¿Qué terrible pecado, qué crimen imperdonable he cometido para que me exilien de mi propia vida?
No tengo amigos. Nunca intentes ser amigo de nadie, porque nadie va a intentar ser tu amigo. Mis únicos amigos están impresos, y he tenido que comprarlos en librerías, pero nunca me fallan. Es cierto que no pueden oírme; pero con ellos he aprendido más que con cualquier borrego de esa manada gregaria que llamáis sociedad. Además, las personas de verdad tampoco escuchan a nadie que no sean a ellas mismas. Antes estaba cansada de ser una minoría, pero siendo un grupo de uno, no tengo que soportar a nadie que sienta lástima por mi. Prefiero dar miedo antes que pena; prefiero que me odien a que me compadezcan.
Y sin embargo, mi sangre es como la tuya.

¡Humanidad, respóndeme! ¿Qué hubiese pasado si no fuera fea? Entonces no sería una inadaptada, sino un genio, ¿verdad? El rebaño humano siempre perdona a quien es tan atractivo que hace que olvidéis que es una más de vuestras ovejas, pero yo soy difícil de mirar. En cambio puedo estar orgullosa y jactarme de dos faltas mayúsculas: Ser fea y diferente.
¿Cuándo entenderéis que la belleza no es un premio, ni algo que hayáis conseguido por méritos propios? Mi fealdad no es un castigo por algo que haya hecho mal, ni mi culpa a no ajustarme a vuestros cánones absurdos. Al contrario, es un escudo que me protege de vuestra estupidez y vuestra frivolidad.
Y sin embargo, mi sangre es como la tuya.

¡Humanidad, escucha! No me has marginado tú, he sido yo la que me he apartado, la que ha huído asqueada de ti. Prefiero seguir mi propio camino aunque me lo tenga que hacer yo sola antes que seguir la cañada por donde se arrastra y se deja llevar el resto de la raza humana.
Y sin embargo, mi sangre es como la tuya.

¡Humanidad, mírame! Soy como el albatros del poema de Baudelaire. Mis alas de gigante me impiden caminar y desde aquí arriba me río de vosotros, de vuestros convencionalismos, de vuestras normas burguesas, y hasta de vuestros dioses.
¿Os extraña? ¿Me llamáis loca? Hacedlo si queréis; pero yo sé que el hombre creó a sus dioses, como un perro crea las cadenas que lo atan o una cucaracha el pie que la aplasta. Y vuestros dioses no existen. Dejé de creer en ellos cuando ellos dejaron de creer en mí. Y tampoco creo en ti, Humanidad, porque tú tampoco crees en mí. Sólo creo y confío en mí misma; soy mi principio y mi final. Soy infinita.